Monarquía Francesa

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Desarrollo de la Monarquía Francesa

Desarrollo de la Monarquía Francesa. A lo largo de las tres primeras centurias del segundo milenio, mientras el pontificado y el imperio se debaten en sus luchas por el «Dominium mundi», las monarquías occidentales que escapan a la autoridad imperial alcanzan un notable desarrollo económico y político, que es la base de su ulterior constitución en los grandes estados modernos.

Tal evolución coincide, y es a la vez causa y consecuencia, con fenómenos históricos de suma importancia, estrechamente ligados entre sí en una relación mutua de causa a efecto.

Tal es la institucionalización del feudalismo, primero, y más tarde las primeras manifestaciones de su descomposición como resultado de los progresos de la economía y de las clases urbanas, consecuencia a su vez del crecimiento demográfico y de la intensificación de los contactos con oriente como resultado de las cruzadas.

Las recepción del derecho romano Justiniano, con la afirmación de la eminencia de la autoridad real; el fracaso de las ideas universalistas del pontificado y el imperio y, en fin, las transformaciones de la espiritualidad y la culminación de la cultura medieval que alcanza su cenit en el siglo XIII.

Monarquías Autoritarias.

Cuatro grandes monarquías se afirman particularmente en occidente durante este período de unos 350 años (entre el 1000 y el 1350), Inglaterra, Francia, Castilla, y Aragón. Mientras que el desarrollo de Inglaterra y Aragón puede ser calificado de pre constitucionalista, en los dos restantes el robustecimiento del poder real alcanzó caracteres de mayor vigor perfilándose en monarquías autoritarias. Francia constituye el modelo más perfecto de este último tipo de evolución política.

Dinastía de los Capetos.

Monarquía Francesa. Dinastia de los capetos (1)

Aunque los primeros representantes de la dinastía de los Capetos, duques de París, entronizada en 987, no fueron más que otros tantos señores feudales, cuyos dominios no eran ni los más ricos ni los mayores de la Galia, existió a su favor un cúmulo de circunstancias, que explica la consignación de su autoridad como reyes y sus progresos territoriales, para convertirse en la monarquía de Francia.

Sus dominios patrimoniales, eran pequeños, pero densamente poblados y estratégicamente situados en la única región llamada Francia, o la isla de Francia, convergidos por las más importantes rutas comerciales que convergían en Saint Denis, donde se celebraban las ferias más importantes de la época.

Durante varias generaciones la nueva dinastía tuvo la fortuna biológica de la fecundidad y de la longevidad, siempre contó con herederos mayores de edad aptos para la práctica feliz de la asociación en el trono, ahorrándose así las funestas cuestiones sucesorias y de minorías.

Por otra parte, el estar rodeados de feudos poderosos, los mantuvo lejos de las ambiciones del imperio y tampoco les permitió embarcarse en aventuras que hubieran resultado peligrosas para la corona. Su propia mediocridad aseguró su éxito, y finalmente, no les falto el apoyo de la iglesia.

Roberto II (996 – 1031), aseguró las primeras anexiones, bajo el sobrenombre de el piadoso, ocultaba un espíritu realista y tenaz, que pronto consiguió las anexiones de Dreux, Melun y la Borgoña Ducal.

Su sucesor Enrique I (1031 – 1060), tuvo que defenderse con las uñas de los mayores de su propio patrimonio, que hizo peligrar las obras de sus antecesores, Su hijo Felipe I reino durante casi medio siglo (1060 – 1108) y su política sin escrúpulos escandalizó a sus contemporáneos, pero aseguró las anexiones de Gatinais, Corbie, el Vexin, Bourges y Dun.

Más tarde Luis VI el Gordo, y Suger, su consejero (1108 – 1137) se dedicaron a limpiar la isla de Francia del bandidaje de los pequeños feudales, lo que les dio el apoyo de la iglesia y de la burguesía urbana.

Su hijo y sucesor Luis VII (1137 – 1180) cometió errores notables, como su alistamiento en la segunda cruzada y su permanencia en palestina, mientras en el noroeste de Francia se formaba la gran potencia de los Plantagenet (Normandía, Maine y Anjou), pero su principal error fue la anulación de su matrimonio con Leonor de Aquitania, cuyas segundas nupcias con Enrique Plantagenet dieron lugar a la constitución de un poderoso bloque occidental.

Desde el canal de la Mancha a los Pirineos, y la división de Francia, por varios siglos en la Francia de los Plantagenet, y la Francia de los Capetos.

Pero pese a estos errores, la evolución política interna de Francia, continuó su marcha en provecho de la autoridad real.

Política y Poder.

No en vano ha sido el sucesor de Luis VII, Felipe II Augusto, (1180 – 1223), el mejor obrero de la unidad francesa en la Edad Media, conocido junto con San Luis, con el nombre de grandes Capetos.

Astuto político, trabajador infatigable, supo resolver a favor de la monarquía de París, la inextricable situación creada por el mecanismo de las relaciones feudales y aprovechar las dificultades de sus grandes rivales de Inglaterra (sucesivamente Enrique II , Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra) y de Alemania (los emperadores Enrique VI y Oton IV).

Por sus posesiones en Francia, eran los Reyes de Inglaterra y Alemania, vasallos del rey de Francia.

Para 1202 Felipe II había recopilado suficiente poder como para citar ante su tribunal de París a «su vasallo» el rey Juan Sin Tierra, para responder a un atropello contra un caballero del Poitou, y ante la presupuesta negativa del inglés, de acudir, ante el tribunal de «su señor», dictar sentencia desproveyendo de sus feudos poitevinos.

La Guerra de los doce años.

Así se inició una nueva guerra de doce años, cuyo desenlace fue el aplastamiento de la coalición Anti Capeto (Inglaterra, Alemania, Flandes y otros numerosos pequeños feudales), en la batalla de Bouvines, por el ejército de Francia en 1214.

Bouvines, es uno de los hechos bélicos más notables de la historia de Occidente, porque aseguró la viabilidad de la monarquía de Francia, y porqué fue un auténtico triunfo «nacional» francés, logrado gracias a la alianza de la realeza con las ciudades, cuya potencia económica era ya capaz de inclinar la balanza política.

Normandía, Anjou, Maine, Turena, y otras tierras del Poitiou y Saintonge, casi toda la Francia anglo angevina, paso a la soberanía directa del rey de Francia. Esto aparte, por compra o por herencia Felipe Augusto incorporo durante 1200 el Atrois, y el Valois mas multitud de pequeños feudos. A su muerte, por primera vez los dominios del rey de Francia, eran superiores a los de sus vasallos.

No es casualidad, que Felipe II adoptara la intitulación de rey de Francia, en lugar de la de rey de los francos usada hasta entonces. El empuje de Felipe Augusto, permitió a su hijo Luis VIII durante su corto reinado la incorporación del Poitou, Saintonge y Aunis.

Pero lo más importante de este breve reinado, fue el inicio de la política anexionista por parte de la monarquía capeta, de la Galia, las tierras de la lengua de Oc, que no se llamaban todavía Francia, verdadero mundo aparte de la Galia del Norte con una mentalidad, una lengua, y una civilización distinta, y con una órbita política que giraba alrededor de otros focos, particularmente el de los soberanos de Barcelona, los reyes de Aragón.

Solo el rey de Francia, alcanzo el apoyo de la iglesia suficiente, para asumir el papel de paladín de la causa papal, que vendría a identificarse con la causa de Francia.

Luis VIII falleció cuando se disponía a emprender la expugnación de Tolosa, mandada por el papa, y su sucesor Luis IX era un niño.

El conde Raimundo VII de Tolosa pudo, pues, conservar su condado, pero tuvo que aceptar la condición de casar a su heredera con el joven Alfonso de Poitiers, hermano de Luis IX (tratado de París 1229) asegurando de esta forma la próxima anexión de Tolosa al patrimonio de los Capeto y en definitiva a la monarquía de Francia.

Luis IX el Santo.

Bajo tan prometedores auspicios, se inició el reinado de Luis IX el santo (1126 – 1170) cuya madre y regente, Blanca de Castilla, supo mantener a raya a los nobles que esperaban hallar en la minoría del monarca ocasión para recuperar su poderío.

Pero aun después de llegar a mayor de edad, tuvo que enfrentar dos graves crisis, creadas en 1236 por Teobaldo, conde de Champaña y el rey de Navarra y en 1243 por Hugo de Lusigan, conde de la Marche, ambos con amplios apoyos exteriores.

La superación de estas crisis, puso de manifiesto el grado de madurez adquirido por la monarquía francesa en el interior y su prestigio en el exterior, hasta el punto de convertirse en la potencia hegemónica de un Occidente huérfano de las dos grandes monarquías universales del pontificado y el imperio.

La política exterior de Luis el Santo, estuvo presidida por la idea de la paz, pero nunca hasta el punto de sacrificar los intereses de Francia. Así, aunque en algunos tratados como el de Cordebil 1258 con la corona de Aragón o el de París 1259 con Inglaterra, renunció a algunas pretensiones territoriales, siempre lo hizo a cambio de concesiones muy superiores a las que renunciaba.

Gran pacificador, príncipe de Occidente, San Luis fue erigido juez por diversos príncipes extranjeros, que confiaron la solución de sus litigios al espíritu de justicia y rectitud del soberano de Francia. Su muerte a consecuencia del Tifus, contraído en Túnez; en 1270, mientras dirigía la última de las cruzadas europeas, acabó de aureolar su figura y justificar su futura y relativamente próxima canonización.

El prestigio de la monarquía francesa durante el reinado de San Luis se manifestó en la decisión del pontificado de erigir al hermano del rey santo, Carlos de Anjou, rey de Provenza, en su paladín en la lucha de los Staufen del sur de Italia.

Investido del Trono de Nápoles y de Sicilia, Carlos de Anjou, derrotó la resistencia de los últimos Staufen e implantó en Italia una administración del tipo francés, muy rigurosa, pero durante el reinado del sucesor de San Luis Felipe III el Atrevido (1270 – 1285).

La inesperada aparición de un nuevo campeón del decaído gibelismo Italiano en la persona de Pedro el Grande, rey de la Corona de Aragón; esposa de Constanza Staufen quien expulsó a los Franceses de Sicilia, arrastró a la monarquía francesa a una peligrosa aventura en la que su prestigio sufrió un serio menoscabo.

En efecto Felipe III cuyo gobierno se inició con la reversión de la corona de la copiosa herencia (Poitou, Auvernia, Tolosa) de sus tíos Alfonso de Poitiers, muerto sin sucesión (1271), se dejó arrastrar por las pretensiones de Martín IV, otro papa francés y aceptó para su segundo hijo la corona del trono de Aragón, del que había sido desposeído el excomulgado monarca catalán.

Erigido en ejecutor de la sentencia papal, Felipe el Atrevido, con su hijo Carlos de Valois, al frente de un brillante ejército de cruzados, emprendió la conquista de Cataluña, que acabó desastrosamente con la vida del propio monarca francés, víctima de la peste contraída durante el sitio de Gerona (1285).

Felipe IV El Hermoso.

El fracaso de Felipe III, no afectó la solidez de la monarquía de los últimos Capetos directos, esta alcanzó su plenitud, lo mismo en el orden territorial que en el institucional, bajo el reinado de Felipe IV «el hermoso» (1285 – 1314) monarca que para el logro de sus pretensiones aplicó una política tenaz y sin escrúpulos morales, que ofreció un vivo contraste con la ética cristiana de Luis el Santo.

Logró progresos notables en la marcha de la unidad territorial, vinculó Champaña y algunos territorios de los pirineos, pertenecientes a su mujer, Juana de Champaña, reina de Navarra, Francia se acercaba a sus fronteras naturales de la Galia Atlántico, Pirineos, Mediterráneo, Alpes, Jura, Rin, formulada por primera vez ´por Nogaret en un memorándum relativo al valle de Aran.

En busca de dinero para sostener sus campañas, Felipe IV quiso crear un régimen de impuestos, también intentó convertir la ayuda militar, en un recurso constante y exigir casi cada año el rescate del servicio con dinero.

Obtuvo también cantidades de los siervos fomentando la liberación de la servidumbre y creó en sus dominios directos un impuesto sobre las ventas, todo esto produjo más disgustos que beneficios.

La Iglesia.

La iglesia, estaba exenta de ayuda financiera; a cambio pagaba el diezmo a la Santa Sede.

Aunque el Papa podía renunciar al diezmo a favor de un monarca abrumado por necesidades financieras. Intentar obtener el dinero de la iglesia, sin recurrir a la autoridad del papa llevó al rey y a sus legalistas al conflicto con el papa Bonifacio VIII en el que por parte de ambos poderes fueron invocados viejos principios de la antigua guerra de las investiduras.

El conflicto culminó con el triste episodio de Anagni, donde Nogaret, secundado por la facción romana de los Colonnas, adversa al papa, forzó al pontífice a la convocatoria de un concilio que había de destituirle.

Bonifacio VIII enloqueció y murió al cabo de un mes (1303) y sus débiles sucesores se doblaron ante la monarquía de Francia. Benedicto XI absolvió al rey y su sucesor Clemente V fijó su residencia en Aviñón (1305) dando comienzo a la etapa conocida como «la cautividad de Babilonia» En 1311 absolvió al mismo Nogaret.

Un año más tarde forzado por el rey, el papa forzó a su vez al concilio de Vienne a autorizar el proceso de los Templarios, otro episodio típico de la política estatista y financiera de Felipe el Hermoso y de sus métodos expeditivos.

El monarca sin embargo contó siempre con el apoyo de su pueblo, y de la misma iglesia francesa, los conceptos de nacionalidad eran ya lo suficientemente fuertes para anteponer los intereses de la patria a los de la iglesia.

Monarquía Constitucional.

A la muerte de Felipe el Hermoso hubo algunas reacciones durante el breve reinado de su hijo Luis X » el terco» (1314 – 1316) se levantaron ligas feudales detrás de las cuales estaba Carlos de Valois, tío del monarca.

Durante los seis años de gobierno de Luis X «el largo» (1316 – 1322) se perfeccionaron los estados generales, ya que el monarca tuvo que apoyarse en ellos para que reconocieran su elevación al trono, puesto que Luis X tenía una hija, lo mismo sucedió en el reinado de Carlos IV (1322 – 1328) que sucedió a su hermano a pesar de que este también tenía una hija.

Así legalizó de hecho el apartamiento de las mujeres en la sucesión del trono francés, al mismo tiempo que la monarquía de Francia, parecía convertirse en constitucional como la de Inglaterra.

Fin de la Dinastía de los Capetos.

Al morir Carlos IV sin sucesión masculina, se terminó la línea directa de los Capetos iniciada en 987, La corona, fue atribuida a Felipe VI de Valois, hijo de Carlos de Valois y primo hermano de os tres últimos soberanos.

Ello contra los posibles derechos de Eduardo III de Inglaterra úrico nieto varón de Felipe el Hermoso, aunque por línea femenina. Este sería el conflicto sucesorio que poco más tarde iniciaría la guerra de los cien años.

Desde 987 hasta 1328, durante el reinado de los Capetos unos tres siglos y medio el pequeño patrimonio de Hugo Capeto, se había convertido en Francia. La monarquía francesa era la más poblada del occidente cristiano. El país era próspero y rico.

Los papas residían dentro de sus fronteras. Un escritor Pierre du Bois, podía redactar un tratado preconizando la unión de naciones cristianas bajo el mando del rey de Francia, una nueva visión del imperio europeo, aunque bajo la hegemonía francesa.

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Antolin Vall
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